Como sociedad, hemos llegado a reconocer que hay más en el abuso de sustancias -como la adicción a las drogas o al alcohol- que una simple falta de autocontrol. Los desequilibrios neuroquímicos contribuyen a impulsar los comportamientos compulsivos, y viceversa. Pero cuando se trata de afrontar la obesidad, la adicción a la comida suele quedar fuera de la ecuación. Sin embargo, las nuevas investigaciones están empezando a dilucidar el papel de la química cerebral en la alimentación compulsiva.
Un reciente estudio publicado en Archives of General Psychiatry utilizó la tecnología de resonancia magnética funcional (IRMf) para demostrar que los escáneres cerebrales de los comedores compulsivos reaccionan a las imágenes de un batido de forma similar a como reaccionaría el cerebro de un adicto al alcohol ante la mención de un martini. Investigadores de la Universidad de Yale administraron un cuestionario a 48 mujeres jóvenes y sanas. De estas mujeres, 15 fueron clasificadas como adictas a la comida, presentando signos clásicos de dependencia como síndrome de abstinencia, consumo descontrolado, interferencia con el trabajo, la vida social, etc. Estas mujeres tuvieron reacciones neurológicas muy diferentes al ver el batido, que provocaron un aumento de la actividad en zonas específicas del cerebro reguladas por la dopamina que también se iluminan en los adictos a las drogas y al alcohol.
Investigaciones anteriores han asociado ciertas sustancias químicas del cerebro, como la galanina, tanto con el alcoholismo como con comer en exceso. El azúcar, sobre todo cuando se combina con grasa y sal (¡hola, comida basura!), activa especialmente los centros de recompensa del cerebro. De hecho, un estudio con ratas descubrió que el azúcar es incluso más adictivo que la cocaína. La sensibilidad gustativa a las grasas se ha relacionado con una menor ingesta de grasas y calorías, lo que posiblemente sugiere que el consumo excesivo de grasas acaba por insensibilizar la lengua.
Publicado el 1 de junio de 2011